Antes cuando nos comprometíamos,
nos hacíamos novios o nos casábamos era con la creencia y la sensación de que
sería para toda la vida. Hoy en día, especialmente, las personas que ya se han
casado, separado, establecido después otras parejas que también se han
terminado, empiezan nuevas relaciones planteándose la pregunta ¿cuánto va a
durar?, ¿cuánto tiempo voy a estar con esta persona? Es como que entramos en la
relación de pareja con la fecha de caducidad impresa, como si fuera un yogurt en el supermercado, que antes de comprarlo
miramos cuando caduca. No vaya a ser que se nos indigeste.
En el caso del yogurt la cosa se
entiende. Pero las relaciones humanas son bastante más complejas y no vienen
con la garantía de duración. Por eso, creo, es imprescindible una cierta dosis
de ilusión de "amor eterno", de que esta vez sí he encontrado al
"hombre o mujer de mi vida".
No quiero decir
que nos lancemos a tontas y locas a las relaciones, que ignoremos los costos
emocionales que implica crear un mal vínculo. No significa que vayamos con una
venda en los ojos, pasando por alto señales de alerta, que no tengamos ninguna
protección para que la cosa no se nos indigeste. Pero sí que es necesario
permitirse uno/a mismo/a un espacio para la ilusión, la confianza, la creencia
de que sí es posible... mientras no se demuestre lo contrario.
Porque sin este combustible, desde el principio se instala la angustia por la pérdida y puede más el miedo a pasarlo mal que la alegría de empezar algo nuevo y así... ¡cualquiera se atreve a invertir!
Por el miedo al
sufrimiento por (des)amor nos creamos otros tipos de sufrimiento.
Cada cual decide
cómo y hasta dónde se expone en esta aventura de alto riesgo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario