martes, 22 de septiembre de 2015

Ampliar horizontes afectivos

Ahora está muy de moda esto de que no necesitamos a nadie más que a nosotras mismas para ser felices. Puede que sea una reacción lógica y natural a la creencia tan extendida en nuestra cultura, que nos ha avasallado desde pequeñas, de que hay que  complacer, ayudar, dedicarse y desvivirse por los demás. La idea que nos han inculcado es primero los demás, después tu, y esto es especialmente cierto en las mujeres, que tradicionalmente hemos sido las encargadas de cuidar los afectos y mantener las relaciones.

Pero esta tendencia actual a pensar que yo sola me sobro y me basto y que yo soy la única que puede darse el amor que necesita, es también una trampa. La autoestima se nutre de dos maneras, del amor a nosotras mismas y del amor y el reconocimiento que recibimos de nuestro entorno. Los dos son necesarios. Eso no significa pretender que una persona en concreto nos ame porque yo lo deseo (o necesito) y, si no lo hace, caer en el victimismo del “sin su amor no soy nada” o en la soberbia del “si no me quiere peor para él/ella”. 

Se trata de ampliar nuestros horizontes afectivos, de no centrarnos en el amor de una sola persona, normalmente una pareja a la que le pedimos demasiado. Recurramos a otras fuentes afectivas como las amistades, la familia, los grupos con intereses afines a los nuestros, busquemos proyectos con nos den alegría y que nos den un lugar en el mundo. Diversifiquemos nuestro cariño y nuestras pasiones, tengamos múltiples cajones a los que recurrir para obtener bienestar. 

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